quinta-feira, dezembro 30, 2010


Poder vs proceso


para Diego Fernandez de Cevallos
por Luis Rubio
La crisis económica de los últimos años difícilmente pudo haber llegado en un momento más ominoso para el viejo orden internacional. Las instituciones, prácticas y relaciones de poder que surgieron con el final de la segunda guerra mundial y los acuerdos tomados en Bretton Woods colocaron a EUA en el centro del mundo y a las instituciones que normarían el funcionamiento de los mercados, el comercio y las transacciones financieras como el corazón de la interacción internacional. Sesenta años después las cosas se ven muy distintas. China se ha convertido en un formidable actor internacional, la economía de los llamados países emergentes ha cobrado una importancia inusitada y la mayoría de los desarrollados está en crisis. La vieja pirámide se ha invertido, alterando la realidad política internacional.
Ian Bremmer, autor de El fin del mercado, título un tanto exagerado dado su contenido, dice que el gran cambio se originó en la nueva correlación de fuerzas entre las naciones del orbe, pero responde más que nada a lo que el autor denomina “capitalismo de Estado”. Según Bremmer, un conjunto de países, la mayoría con gobiernos autoritarios o autocráticos, se ha distanciado de las reglas del mercado en las últimas décadas esencialmente gracias a la activa promoción de sus empresas paraestatales, reglas del juego discriminatorias y fondos soberanos de inversión. Con estos instrumentos, han logrado trastocar las instituciones que modularon las relaciones comerciales y de inversión a partir de los cincuenta y amenazan el funcionamiento del orden económico existente. Algunas de estas naciones, notablemente China, se han distinguido por la forma en que han conducido a sus economías y logrado elevadas tasas de crecimiento económico, en tanto que otras han logrado su poderío gracias a la posesión de amplios yacimientos petroleros, sobre todo Rusia y Arabia Saudita. El autor incluye a naciones tan diversas como Egipto, Brasil, India, Ucrania y Argelia en su argumentación, a lo largo de la cual trata de probar que el mercado ha funcionado muy bien y que el orden internacional corre el riesgo de colapsarse en los años por venir.
La verdadera tesis del libro es que el balance de poder a nivel internacional ha cambiado, que EUA ya no representa el poderío de antaño y que hay otras naciones, particularmente China, que se sienten con el mismo derecho de definir la forma en que debe administrarse la actividad económica. Es decir, que la antigua hegemonía estadounidense se ha venido abajo y que los valores que ese país promovía en la forma de economía de mercado y democracia han perdido legitimidad. La tesis no es novedosa pero no por eso deja de ser relevante.
Si uno analiza el argumento con detenimiento, la verdad es que la contraposición de posturas es interesante pero no siempre veraz. La operación eficiente de una economía no es algo fácil de lograr. Crear instituciones y reglas del juego eficaces para una economía de mercado requiere no sólo convicción sino también un gobierno capaz de hacerlas funcionar y eso, como hemos podido ver en México en los últimos años, no siempre ocurre. En adición a lo anterior, la democracia, complemento necesario de una economía de mercado, requiere en sí misma instituciones e incentivos que la hagan operar. En ausencia de éstos no es posible esperar que así funcione y que los actores políticos se comporten de acuerdo a sus reglas.
En adición a lo anterior, muchas naciones ni siquiera han pretendido construir una economía de mercado o un sistema político democrático. El grupo de naciones que cita el autor difícilmente se ha distinguido por sus intentos de construir una democracia funcional y, cuando lo intentaron, como en el caso de Rusia, el experimento duró apenas unos cuantos años. Es en este sentido que la verdadera tesis del libro resulta relevante porque entraña enseñanzas y consecuencias que no debemos ignorar.
Lo inusitado del ascenso de naciones como China en el concierto internacional no reside en el hecho mismo, pues la historia del mundo se ha caracterizado por transiciones de potencias una y otra vez. Lo interesante del ascenso chino es que se trata de una nación enorme con un gobierno centralizado y con visión estratégica que tiene la capacidad de trastocar no sólo el balance de poder internacional sino la forma misma en que funciona el planeta en ámbitos que van desde la economía hasta la forma de vivir. Otras naciones igualmente grandes, o más, como India quizá acaben teniendo un menor impacto porque se caracterizan por una estructura de poder interno más difusa, independientemente de que tengan la posibilidad de acabar siendo mucho más ricas. Además, y quizá más importante, el gran tema es menos quien asciende y quien desciende que cómo se da la interacción entre las naciones más poderosas.
China y EUA han tenido muchos años de cooperación pero en los últimos tiempos parecen estar avanzando hacia una ruta de colisión. Cuando uno escucha a los funcionarios chinos, el mensaje claro y llano es que no buscan una colisión sino, más bien, una ruta más equitativa en la definición de los principales temas que aquejan y caracterizan al mundo. China, nación orgullosa que se siente con derecho, no ve razón alguna por la cual tenga que sujetarse a las reglas del juego que estableció EUA como potencia dominante hace sesenta años o que su evolución interna, económica y política, tenga que asemejarse a la que se ha supuesto en el mundo occidental.
Por décadas, desde que China se reintegró al mundo y comenzó su apertura económica, la presunción en EUA era que el crecimiento de la economía llevaría a demandas de participación política lo que, a su vez, transformaría a esa nación en una democracia. Ese escenario puede seguir siendo posible, pero al día de hoy no cabe duda que el sistema político centralizado que funciona en torno al Partido Comunista retiene el poder político. Hasta ahora, China ha logrado eso en buena medida gracias a su obsesión por mantener elevados niveles de crecimiento económico y su disposición a cambiar lo que sea necesario, reformar cualquier estructura o institución, con tal de lograr el crecimiento. Esa estrategia, que contrasta dramáticamente con la de nuestros políticos y gobernantes, ha mantenido satisfecha a la población de esa nación.
El actual equilibrio de poder en China y entre China y el resto del mundo dependerá en buena medida de la forma en que EUA negocie y satisfaga a aquel gobierno o lo confronte y amenace. Cualquiera que sea la forma, lo que es indudable es que, como dijo Napoleón, una vez que despertó el gigante asiático, todo será diferente.

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