sábado, julho 09, 2011


“Primavera árabe,” islamismo e Argélia




Do blog El boomeran, dado o seu inegável interesses, transcrevemos, com a devida vénia o seguinte post:

Los herederos de Cervantes
Jorge Volpi


3 de Júlio 2011-07-09

Para Nacho Padilla

"Aunque la reja está cerrada, en el interior del sitio histórico un grupo de jóvenes -la media de edad en Argelia es de 27 años- juega futbol alegremente. Los imito y también salto. La inscripción en el ajado monumento cuenta que, en esta cueva que entonces no se hallaba en un suburbio de la capital, Miguel de Cervantes se ocultó durante su segundo intento de evasión tras ser atrapado por corsarios turcos en 1575, cuando viajaba de regreso a España.

La gruta, salpicada por la jubilosa indiferencia de estos muchachos, quizás sirva como metáfora de los desencuentros que aún persisten entre las dos orillas del Mediterráneo. Cuatro siglos después, los países del norte continúan admirándose en el espejo del escritor español como guardianes únicos de la libertad y aún contemplan a los árabes como una amenaza o como las apocadas víctimas de sus tiranos, aunque es probable que en nuestros días estas posiciones se hayan invertido.

A los europeos les ha costado un enorme esfuerzo constatar que, como Cervantes, estos jóvenes también han intentado escapar reiteradamente del sometimiento y en su mayoría han decidido enfrentarse al islamismo y otras formas de opresión. Desde principios del siglo XIX, cuando se inició la decadencia del Imperio Otomano, los occidentales -detesto esta equívoca palabra- nunca han dejado de subestimar a los árabes, y su política frente a ellos continúa marcada por un racismo apenas disimulado.

Las revueltas en Túnez y Egipto, que detonaron las de Libia, Siria y otros países -Yemen o Bahréin constituyen casos aparte- fueron para ellos una sorpresa idéntica a la que sacudió el Este de Europa a fines de los ochenta: movimientos internos de rebeldía frente a regímenes brutales y corruptos, en este caso sostenidos con el dinero de Occidente. Y las contradicciones y riesgos que enfrentan sus nuevos regímenes tendrían que ser vistos como el laboratorio donde se juega el futuro de la democracia en todo el orbe.

Argelia luce como excepción: a diferencia de sus vecinos -Marruecos incluido-, aquí la primavera árabe pareció desvanecerse de inmediato. Sin embargo, el motivo no es la indiferencia o el conformismo, sino la memoria del "decenio negro" de 1991-2002 que se cobró unas 150 mil vidas. De algún modo, Argelia experimentó con 10 años de antelación el despertar cívico que hoy admiramos en otras partes -y pagó por ello un altísimo costo.

Tras el desmantelamiento del socialismo real, en 1991 Argelia se abrió por primera vez a la democracia: se formaron decenas de pequeños partidos pero fueron los islamistas del FIS -la única fuerza organizada- quienes lograron la victoria ante la miope complacencia de Occidente. El FIS jamás ocultó su objetivo: dar paso a una República islámica basada en la sharía. Los militares impulsaron entonces un golpe de Estado y encarcelaron a sus miembros, quienes a su vez formaron grupos terroristas que atentaron contra la población civil y arrasaron pueblos completos si se oponían a sus dogmas. No fue sino hasta la elección de Abdelaziz Buteflika, en 1999, que la situación comenzó a normalizarse gracias a una amnistía general. (Desde entonces ha modificado la Constitución para mantenerse en el poder como tantos caudillos).

El caso argelino debería servir como modelo para Egipto, Túnez y eventualmente Libia o Siria: por un lado, es tiempo de echar para siempre a los sátrapas que, con la excusa de frenar a los islamistas, se convirtieron en dueños de sus países con el beneplácito occidental. Por el otro, no es posible dejar de plantearse, ante una tragedia como la argelina, de qué manera la democracia puede -o debe- cerrar sus puertas a quienes pretenden destruirla desde dentro. En la respuesta a esta pregunta se juega la estabilidad de la región y acaso del mundo.

Los jóvenes que se han levantado en la rotonda de Al-Tahrir en El Cairo o en las calles de Túnez, Daraa o Bengasi, miembros de la misma generación que los improvisados jugadores de futbol en la gruta de Cervantes, son los auténticos herederos del novelista: contra toda expectativa, se arriesgaron a expulsar a los tiranos que los esclavizaron por decenios. Los grandes ideales de la Ilustración se encuentran ahora entre ellos, mientras Europa y Estados Unidos se encierran cada vez más en sus crisis internas, se parapetan en la xenofobia o el racismo y protegen al régimen más autoritario y virulento de la zona: Arabia Saudí y sus wahabitas.

Occidente no puede permitirse el lujo de abandonar a estos muchachos como hizo con Argelia en 1991: el encanto de los islamistas aún es poderoso y nada indica que no vayan a aprovechar este nuevo destello de libertad para recuperarse. Cervantes no sólo fue libre por sus reiterados intentos de fuga de los baños de Argel, sino por la imaginación que años después lo llevó a crear a Don Quijote: la misma imaginación que se requiere para discutir, en este verano árabe, cómo la democracia puede eludir a los corsarios que aún intentan secuestrarla."


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